Primero fue en aquel parque. Ya era tarde y yo postrado en el sitio de siempre me deleitaba observando las hojas crujir frente al viento desembrino.
Pensaba no recuerdo que tantas cosas y la vi por ves primera; se escondía tímida entre los árboles como acechando. Talvez por curiosidad permanecí un momento inmóvil, pero tras notar su pálida piel y extraviado semblante sentí algo de repudio y me aleje.
Aquel debió ser asunto olvidado, pero el continuo devenir de los días me hizo presa del deseo irreversible de buscar su aparición. Vestí mis mejores galas y marche con el mejor designio de provocar un encuentro con la misteriosa mujer.
Regresé al lugar de siempre dispuesto a esperar, pero el reloj agotó sus horas y aquella mujer no apareció. Resignado saque un cigarrillo de la bolsa de la camisa, lo encendí, pero no estaba de ánimo y tras algunas caladas termine por apagarlo. Tire la colilla al piso y tras alzar la vista me sorprendí con los olanes de un sencillo vestido de manta.
-¡Un indescriptible vértigo me invadió!- Reconocí en aquella figura su inexpresivo rostro; era pálida como la nieve y sus ojos negros como el carbón, su cabello largo delineaba el contorno de un frágil cuerpo. Pero en conjunto su aparición mostraba desconcierto.
Se sentó a mi lado, intente hablarle, pero solo me miraba, sin palabra alguna que saliese de sus labios. Me sentí incomodo, y ella esperó paciente que me relajase. Aquella noche nos entendimos sin palabras y tras ganar confianza nos volvimos poco a poco amantes. Sus caricias heladas provocaron laceraciones en mi conciencia y sus amargos besos desgarraron mis ilusiones.
Después de eso la frecuenté algunas veces. Poco a poco me di cuenta de su naturaleza. Posee muchos amantes, pero es celosa al extremo, apenas estas con alguien y se va, pero si te abandonan regresa a darte consuelo a su acostumbrada manera. Ahora no la tengo, pero se que volverá, siempre lo hace. Lo se porque me espía de noche y me sigue de día. Como una sombra la soledad siempre acompaña nuestros pasos.