miércoles, 18 de julio de 2007

Robot poeta


Como existían robots de cualquier índole: guerreros, domésticos, músicos, de compañía, etc. yo me dispuse a construir uno poeta. Que supiera arrancar, de su cerebro de chatarra, algunas impresiones dignas de considerarse humanas. Lo difícil no fue conseguirlo, sino encontrar un público adecuado para presentar mi creación.

El ciborg tenía postura, voz poderosa, movimientos elegantes y sus palabras no eran llanas, por el contrario, llegaban al corazón. A pesar de todo no pareció arrancar impresiones al exigente público, en un principio agolpándose con curiosidad, después aglutinados mecánicamente. Acostumbrados a casi cualquier tipo de inusual espectáculo, al descubrir el robot comenzaron a entusiasmarse. Pero al activar sus declamaciones la gente perdió rápidamente el interés. El tumulto más que para quedarse fue para salir; sin embargo los que prestaron un poco de atención no tuvieron más remedio que avistar la actuación completa. No porque les gustase, sino por la necesidad de seguir un espectáculo hasta su desenlace. Tal ves por el afán de no dejar nada a medias, costumbre muy común actualmente gracias a un ridículo concepto de civilidad, o para evitar cualquier duda que pudiese incentivar a la creatividad a pensar un posible desenlace.

Al terminar la presentación me surgió un terrible problema: fui incapaz de distinguir al robot del resto de la gente que se quedó a ver el espectáculo.

Muere el amor


Muere el amor... muere
¿muere el amor?... ... muere
muere el amor... ... ... ¿muere?
muere el amor...
muere.